lunes, 28 de marzo de 2011

Colombia: Ttestimonio de Blanca Maldonado, cabayito de Troya del DAS

SEMANA revela el impresionante testimonio de Blanca Maldonado, la señora de los tintos que se convirtió en el caballo de Troya del DAS para espiar a la Corte Suprema de Justicia. Narra cómo la contactaron, todo lo que hizo y el pago que recibió

En el escándalo de las llamadas ‘chuzadas’ del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) contra magistrados, miembros de la oposición y periodistas, uno de los episodios más graves fue el prolongado y sistemático espionaje que ese organismo de inteligencia adscrito a la Presidencia realizó contra magistrados dentro de la propia Corte Suprema de Justicia. En mayo de 2010, SEMANA reveló cómo el DAS infiltró a la Corte y descubrió que la detective Alba Luz Flórez, conocida como la ‘Mata Hari’, era la encargada por esa entidad para ejecutar el espionaje en el alto tribunal. Si bien la funcionaria fue la responsable de coordinar esas actividades, la persona que realmente lo realizó y quien grabó ilegalmente las sesiones de los magistrados fue Blanca Maldonado, la señora de los tintos. Con 18 años de trabajo en la Corte Suprema, Maldonado fue contactada por la ‘Mata Hari’, quien la convenció no solo de espiar a los magistrados a los que servía, sino de ayudarle a reclutar a otras personas que espiaran en la Corte. Por cuenta del escándalo, y una vez la ‘Mata Hari’ confesó, Maldonado perdió su trabajo, empezó a encarar un proceso judicial que está en curso en su contra y, lo más grave, comenzó a recibir amenazas de muerte. Hoy está a la espera de que la Fiscalía valore su testimonio y de poder ingresar al programa de protección a testigos. SEMANA obtuvo la declaración que Maldonado rindió ante la justicia, en la que cuenta con lujo de detalles cómo realmente fueron la infiltración y el espionaje contra los magistrados. Su testimonio es sencillamente impactante.


"Tenía que contar todo los que escuchara en la Sala Plena"

“Estando yo en mis labores, alistándome para ir a la Sala Plena, llegó el señor David García, que ya lo conocía con anterioridad y ocupaba el cargo de escolta del doctor (magistrado) Javier Zapata, y me hizo una pregunta. En la Corte todo el mundo me conocía como Chiqui. Me dijo: ‘Chiqui, ¿usted por quién votó?’. Le dije que por el doctor (Álvaro) Uribe, entonces él me dijo que si quería trabajar para él, le entendí que si quería trabajar para el doctor Uribe, me quedé mirándolo y fruncí el ceño, y me fui a llevar unos tintos que tenía que llevar. Cuando regresé, él todavía me estaba esperando, entonces me preguntó que cuánto ganaba. Le contesté que ganaba 700.000 pesos, entonces él me dijo que si yo decidía colaborar, que me iban a pagar más o menos el doble. Le pregunté qué tenía que hacer yo, y él me dijo que contar todo lo que escuchara en la Sala Plena y todo lo que le oyera a los magistrados. Entonces yo le dije: ‘Ah, bueno’. Me dijo que me iba a poner en contacto con la persona que me iba a indicar y explicar bien lo que yo tenía que hacer.

“Al día siguiente, un viernes, llegó como a las once y me dijo que fuera a la ’pescadería’ y me indicó dónde quedaba: en un callejón cerrado que queda como en la novena, donde hoy está la Escuela Judicial. Que ahí estaba una persona, una señora esperándome, que ese era mi contacto. A la una yo salía para el almuerzo y llegué allá, hasta la ‘pescadería’. La señora me saludó muy cordialmente y me invitó a sentarme, y yo le dije que ‘mucho gusto, mi nombre es Yanet’, y ella me dijo ‘mucho gusto, mi nombre es ‘Samanta’ (el falso nombre que usó Alba Luz Florez, la célebre ‘Mata Hari’). Entonces me dijo que si David (García) me había mandado, que él le había dicho que ya me conocía de tiempo atrás. También me dijo: ‘Yo sabía que era usted porque David me dijo que venía toda vestida de blanco, como una palomita’. Entonces me invitó a almorzar, me dijo que ella ya me había pedido una cazuela de mariscos, después empezó a preguntarme por mi familia, que cuántos hijos tenía, qué hacía cada uno, me preguntó por mi esposo, que él dónde trabajaba, qué oficio desempeñaba, me preguntó que yo qué hacía.

“En ese tiempo yo estaba estudiando Ingeniería de Sistemas. Yo le dije que los sábados estudiaba en el Instituto Cies Ingeniería de Sistemas, me dijo que qué chévere, qué rico, que siguiera así, que ojalá pudiera terminar la carrera. Ese día me dijo que bueno, que ella necesitaba que le colaborara contándole todos los movimientos de los magistrados, lo que hablaban y lo que trataban dentro de la Corte. Me preguntó yo a qué salas podía entrar, me preguntó el grado de confiabilidad que los magistrados tenían en mí, si yo me podía desplazar libremente por toda la Corte o si a mí se me negaba la entrada en alguna parte. Le dije que yo no podía entrar a ninguna sala, única y exclusivamente a la Sala Plena, que era donde trabajaba. Me preguntó que entonces las otras salas quién las atendía, y le contesté que las otras niñas que estaban en cada sala. Entonces así quedamos, nos despedimos y nos fuimos.

“De ahí en adelante empezó a llamarme para preguntarme si tenía alguna información. Quiero recalcar que ella desde un principio me indicó que pertenecía a un programa especializado del DAS, que los tenían encargados de recolectar la información para dársela al doctor (Álvaro) Uribe. Fue bien clara para quién iba a trabajar. Me dijo que si me sentía orgullosa de trabajar para él, para el doctor Uribe, a lo cual apenas me sonreí. Después de eso, ella empezó a llamarme, a presionarme que si yo tenía información, a mandarme razón con David que si había escuchado algo, que qué habían hablado los magistrados, que porque estaba pasando el tiempo y yo no había llevado ninguna información. Que para los pagos, según la información, eso le salía a uno el pago; le entendí que a más información, más paga.

“Le dije que no podía hacer nada, le dije a David que no podía hacer nada porque usted sabe que las salas son cada 15 días y yo lo que puedo hablar de los doctores (magistrados) ellos tratan en sus oficinas a puerta cerrada. David me decía que si yo no escuchaba algo por los pasillos, y yo le dije que no, porque uno no sabe qué tema están hablando ellos.

"Tenía que ver qué hablaban los magistrados"

“Pasaron 15 días, y fue la Sala Plena, y en una cafetería del centro que quedaba en la 13 entre octava y novena, me citó ‘Samanta’, o Alba Luz, para ver qué información le podía suministrar de lo que habían hablado en esa Sala. Le dije que era muy difícil porque los temas se cortaban, uno entraba y estaban en un tema, salía y volvía a entrar y ya estaban en otro tema o ya estaba hablando otro magistrado. O sea, se perdía el hilo de lo que ellos estaban hablando. Sin embargo, me dijo que les pusiera bien cuidado, que fuera anotando lo que ellos iban hablando para ir teniendo un concepto de lo que estaban hablando dentro de la sala, que tuviera bien cuidado lo que hablaba los magistrados Yesid Ramírez y Valencia (César Julio Valencia Copete), que todo lo que yo escuchara de ellos se lo fuera transmitiendo. Me dijo que el jefe de ella estaba mirando la posibilidad de entregarme un aparato muy sofisticado que para recoger la información, que fuera mirando el sitio donde lo podía yo instalar.

“Como al tercer día me llamó como a las cinco de la mañana y me dijo que si nos podíamos ver a las seis, que ella ya tenía la grabadora (…) como a las seis y media, y nos vimos donde antes funcionaba el Tía de la décima. Ahí me dijo que si quería tomar algo, yo le dije que bueno, y nos volvimos por el callejón encerrado y volvimos casi a la misma pescadería. Ahí nos tomamos un tinto y ella me mostró el aparato sofisticado o la grabadora. Era un aparatejo como de cuatro centímetros, de color negro, cuadradito, tenía un botón rojo, un botón verde y un botoncito pequeñito de encendido. Me explicó que si el botón estaba en rojo, para encenderlo tenían que quedar los dos botones, el rojo y el verde, encendidos. Y que para saber si estaba grabando, los dos botoncitos se apagaban y empezaba a titilar el rojo. Hablé, y ella lo apagó y le sacó la tarjeta memoria, que era como ver la de una cámara fotográfica, una memoria, la instaló en el computador de ella y me mostró que efectivamente el aparatico sí servía. Me dijo que eso grababa a una dimensión, que podía grabar toda esta cuadra; luego de ahí nos fuimos. “Me invitó a desayunar y ella se fue, y yo me fui para el trabajo. Ya yo llevaba en mi poder la grabadora. Me dijo que la pusiera a cargar, que la mantuviera bien cargada, que el cargador de la cámara tenía también dos botoncitos (…). Guardé ese aparatejo hasta que lo tenía que utilizar. David todos los días me preguntaba: ‘¿quihubo, cómo va todo? Y yo apenas le decía que bien. Que si había escuchado algo, y le decía que nada raro. Él me decía ‘escuche noticias’ -lo mismo ‘Samanta’-, que me mantuviera bien informada para poder hacerme una idea de lo que estaba pasando.

“Me acuerdo que me dijo ‘Samanta’ que estaba pronto por salir lo del primo o hermano del señor presidente, de Mario Uribe, que pusiera bien cuidado a ver qué decían los magistrados. Me habló también que si yo sabía algo de Giorgio Sale, del paseo que habían hecho los magistrados por allá con ellos. Que qué decía el doctor Valencia del problema que había tenido con el señor presidente. ‘Samanta’ me preguntó que si yo le había visto al doctor Yesid (Ramírez) un Rólex, a lo cual yo le contesté que yo no sabía porque ellos llegaban en las camionetas de la Corte y que yo no le había visto ningún otro carro. Me dijo que eso no era un carro, sino que era un reloj. Le dije que jummmm, que no sabía de relojes, que yo les veía relojes tal, común y corriente, y ella empezó a explicarme que era un reloj pequeño, que con tres cabecitas. “La primera vez que llevé la grabadora a la Sala Plena la eché al bolsillo por sugerencia de ‘Samanta’, pero como no la pasaba dentro de la sala, entonces no se grabó nada importante. En la tarde, cuando le entregué la grabadora, ella grabó todo en su computador y me dijo que en una hoja le redactara más o menos lo que yo había escuchado en la Sala Plena cuando entraba, para ella, a la hora de hacer los informes, tener una certeza y así ver mejor los resultados.

“Cada vez que nos veíamos, ella se llevaba la grabadora y me la devolvía cuando ya iba a ser la Sala Plena, me preguntaba que si yo podía colocar la grabadora en la oficina del doctor Francisco Javier Ricaurte, que en ese tiempo era presidente de la Corte Suprema, que fuera mirando a ver dónde la podía colocar. Le dije que no, porque ahí uno nunca entraba, que mirara a ver si la podía colocar en la presidencia de la Corte Suprema o en las diferentes salas, que mirara a ver dónde la podía colocar. Dije que no porque no tenía acceso a ninguna de esas salas. Ahí fue cuando empezó a decirme que ella tenía que reclutar más gente, que mirara entre mis compañeras a ver cuál nos podía colaborar. Me empezó a hablar de la Sala Penal, que si yo podía entrar allí, que mirara a ver si podía poner la grabadora en esta sala. Dije que no, que yo no entraba a esa sala. Esa era la rutina. Dos o tres veces por semana nos veíamos para ver qué información yo le tenía.

“Me ingenié colocar la grabadora detrás del escritorio donde se colocan los códigos, y cuando se la llevé a ella me dijo que había sido muy difícil escuchar lo que hablaban, porque el ruido de los platos y de la cocina interfería mucho. Entonces, con una revista en mano, le dije que era imposible, que mirara cómo era la Sala Plena y que ahí no había un sitio donde colocarla, que toda la Sala y la mesa eran visibles, me dijo que mirara la forma de pegarla con un chicle. Me di cuenta que no se podía porque el titilar del bombillito la podía descubrir, entonces me pareció mejor colocarla debajo del atril donde se para el periodista para hablar, eso es un cajón y por debajo es hueco, y ahí la colocaba. Ella me dijo que sí, que ese sitio estaba bien porque ahí la información, aunque un poco baja la voz, se escuchaba mejor, y ahí repetidamente se colocó hasta cuando ella dijo que ya no más. Eso era relativamente lo que yo tenía que hacer dentro de la Corte: llevarle la grabadora a ella.

“Durante los meses de junio, julio y agosto del 2008, ella me daba cada mes 650.000 pesos. Según ella, la otra mitad era para David García, por su colaboración. Como en octubre del 2008, ella con un señor, un taxista que era el ayudante de ella, me dijo que él me recogía y que me daba la plata porque ella estaba por fuera de la ciudad. El señor me recogió, me acercó a la casa y me entregó 1.500.000 pesos, que porque la información había sido buena y la grabadora había arrojado buenos resultados. De ahí en adelante, en los meses de noviembre y diciembre, siempre eran los pagos de 650.000. Los regalos que ella me dio fueron una olla arrocera, una licuadora y una canasta (ancheta) en diciembre. El jefe de ella me había mandado ese regalo por los servicios prestados, una cita para ir a una chocolaterapia. Yo no fui, le dije a mi hija y ella fue con una amiga”.

"Otra empleada reclutada"

“A finales de diciembre del 2008, como en enero del 2009, empezó a decirme que mirara posibles fuentes para reclutarlas, porque ella tenía que entregar por lo menos dos reclutamientos al mes a sus superiores. Me preguntaba insistentemente quién podía hacer ese trabajo, que mirara a mis compañeras a ver si de pronto las señoras encargadas de aseo, porque la idea de ella era meter la grabadora, pero en la oficina del doctor Yesid Ramírez. Me preguntó quién atendía la Sala Penal y le contesté que María (María Lisandrina Torres es otra señora del servicio que trabajaba en la Corte desde hace 18 años).

“‘Samanta’ me preguntó que si María sería confiable. Le dije que, la verdad, no sabía cómo era ella, que me daba angustia meter a una persona ahí. Empezó a plantear la forma de contactarse con María. Me acuerdo tanto que no quería que María la conociera… En una ocasión me insinuó que había que buscarle un novio a María para que la abordara. En otra ocasión me pidió que le preguntara a ella todo lo relacionado con las salas y, en últimas, decidimos que entonces yo se la presentaba y que ella la abordaba y le explicaba lo que tenía que hacer. Le comenté a María, le dije lo que yo estaba haciendo y que a mí me habían dado buenos regalos, que me habían dado la canasta en Navidad. Ella me dijo que eso había que pensarlo. Le dije que lo pensara y que después me decía. ‘Samanta’ empezó a presionar (…). Le dije que esperara a ver qué decía, que yo no la iba a presionar porque de pronto María terminaba involucrándome a mí con los doctores. Al fin María aceptó y decidimos vernos un sábado a las doce del día en el centro comercial Galerías. Ese día llegamos allá ‘Samanta’, dos mujeres más y mi persona (…). A las dos de la tarde llegó María. “Me dijo que primero yo hablara con María, que la llevara a un restaurante ubicado entre la 52 y 53, en un callejón que hay frente al centro comercial, que la llevara al baño, que la revisara de pies a cabeza, no fuera que ella llevara algún micrófono en el cuerpo o algo que la pudiera comprometer. Así fue. Hice la tarea tal cual ella me mandó, incluso María iba con el nietecito y también a él lo requisé. Cuando salí del baño con María ellas estaban ubicas estratégicamente, las dos señoras se habían sentado en dos mesas más hacia dentro que nosotras. Nosotras nos sentamos en una mesa hacia fuera. ‘Samanta’ nos gastó el almuerzo a todos y empezó a hablar con María. Hablaron las dos ahí mientras almorzábamos. Terminé de almorzar y me fui a cuidar al nietecito de María, y ellas se quedaron hablando, no sé de qué hablarían ellas dos. Después, cada una se fue para la casa. Es de anotar que la SIM Card -ahorita no recuerdo el número- me la dio para que con esa nos comunicáramos y en caso de que María la llegara a necesitar también fuera utilizada. Me decía que le timbrara y que ella sabía que era yo y me devolvía la llamada o, en caso tal, nosotros teníamos que comunicarnos desde cafés internet o así, pero que nunca la llamáramos de un teléfono de nosotros.

“Como ya no había las grabadoras, porque las habían recogido, ella me entregó un MP4. Me entregó un aparato y la orden, la instrucción era dárselo a María cuando ella lo necesitara y para que yo también lo llevara a la Sala Plena (…). Ese MP4 tenía música incorporada porque, según ‘Samanta’, era para que nadie sospechara en caso tal de que alguien lo llegara a ver, lo único que iba a encontrar era la música que le había grabado. Nunca lo pudimos utilizar porque ni María ni yo sabíamos cómo. La última vez que lo utilicé no se pudo grabar nada porque creo que lo coloqué, pero apagado. ‘Samanta’ también me dio un esfero más o menos común y corriente, pero fino. Ella me mostró ese esfero y me dijo que con ese esfero tratara de grabar la Sala Plena, con los magistrados ahí dentro. Le dije que no, qué iban a decir los magistrados viéndome entrar con un esfero tan sofisticado, cómo iba a argumentar yo ese esfero, definitivamente ese nunca se usó. María, por supuesto, me decía que cómo iba, pero nunca tratamos en la Corte esos temas. Si ella entregó algún informe se lo entregó a ‘Samanta’. Ellas dos se entendían por aparte. “Es de recalcar que eso (la información obtenida) era para llevárselo al presidente de la República. Yo le pregunté a ‘Samanta’ que si todo eso lo iba a saber el presidente y me dijo que sí, que todo eso era de conocimiento de él. “En enero del 2009, ‘Samanta’ me dijo que eso estaba mal, que ese negocio se iba a acabar (…). En abril de 2009 me citó, me dio 250.000 pesos y me dijo que eso ya se había terminado porque la organización había decidido terminar con todo. Que ella había decidido irse fuera, que la iban a mandar fuera del país a trabajar en inteligencia, que mirara a ver si yo tenía algún contacto en Ecuador o en Venezuela, que le comentara y que de pronto me ayudaba económicamente.

“En total recibí como seis millones de pesos, más una olla arrocera, una licuadora, una canasta de Navidad y una chocolaterapia. Yo accedí tal vez por ese poder de convencimiento que ella tuvo sobre mí, con todas esas cosas bonitas que ella le hablaba a uno. Primero, ella me decía que si no me sentía orgullosa de trabajar para el presidente, ella siempre me decía que yo trabajaba para el presidente, que estaba haciendo bien mi trabajo, que con eso iba a poder salir adelante, que podía ayudar a mis hijos (…), que para que no tuviera deudas, que esa platica era para que pudiera salir con mis proyectos adelante (…). Yo le entregué como unas ocho grabaciones.

“Se suponía que nadie más sabía nada, se suponía que éramos María y yo, hasta el viernes que me enteré de que el señor Manuel Pinzón Casallas también estaba metido. “Los seis millones los usé para ayudar a pagar las deudas de la casa, la tarjeta, el agua, la luz, todo se iba en gastos de la casa, mercado (…). Con todo lo que me dijo ‘Samanta’, con lo que me trabajó, pensé que de verdad había una conspiración contra el señor presidente, o sea, que los magistrados podían estar malinterpretando las acciones del señor presidente. Les pido disculpas a los doctores y decirles que por ignorancia o por bruta caí tan bajo”.

semana.com






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